Cuando empecé a trabajar como arquitecto, hace ya más de veinte años, las cosas eran muy distintas. Mi día a día consistía, básicamente, en dibujar planos, coordinar gremios, pensar en distribuciones que funcionasen y buscar soluciones bonitas que se ajustaran al presupuesto. Me gustaban los retos técnicos, claro que sí, pero si me preguntaban por eficiencia energética, yo pensaba: “Bueno, que tenga buenas ventanas y algo de aislamiento, y ya”.
Error.
El 2013 fue un año peligroso en mi carrera, aunque no lo vi venir hasta meses después. Ese año entró en vigor el famoso Real Decreto 235/2013, ese que obliga a tener un certificado de eficiencia energética si vendes o alquilas un inmueble. Al principio no le di demasiada importancia. “Otra burocracia más”, pensé. “Lo firmará algún técnico, se entregará el papel y ya está”. Lo que no sabía es que ese “papel” iba a cambiar por completo cómo entiendo la arquitectura, las reformas, y cómo tengo que explicar cada obra que hago.
Cuando la ley te obliga a ponerte las pilas (literalmente)
Lo confieso: cuando vi que muchos clientes empezaban a pedirme el dichoso certificado, me sentí fuera de juego. No estaba preparado para hablar de kilovatios hora por metro cuadrado ni de emisiones de CO₂. No sabía si una letra C era buena o mala. Así que hice lo que hago cuando no entiendo algo: llamé a mi abogado, a ese que es capaz de explicarme un decreto como si yo tuviera cinco años… y de hacer que lo entienda.
Me lo tradujo así: “Mira, este Real Decreto lo que dice es que todos los edificios, nuevos o viejos, que se vendan o alquilen, tienen que decirle al futuro inquilino o comprador cuánta energía gastan. Igual que cuando compras una lavadora y ves la etiqueta de eficiencia, pues lo mismo para una casa”.
“¿Y si no lo tienen?”, pregunté.
“Pues multa”.
Ahí ya me quedó más claro… y, a la vez, me asustó más.
El certificado de eficiencia energética se convirtió en algo que era mucho más que un trámite
Empecé a estudiar el tema más a fondo. Me di cuenta de que el certificado no era solo una pegatina para cumplir. Reflejaba de forma bastante objetiva cómo estaba construido un edificio, cuánto se perdía en calefacción, qué sistemas usaba para climatizarse y qué posibilidades tenía de mejorar. Y, lo más importante: influía en el valor de mercado del inmueble.
Una vivienda con una letra F o G (las peores) podía parecer barata a primera vista, pero luego venía el sablazo en facturas de luz y gas. En cambio, una casa con letra A o B más eficiente y cómoda, y se más entre compradores con un poco de cabeza.
Esto me hizo pensar: si yo reformo viviendas, ¿por qué no integrar todo esto en mi oferta?
Cambié el chip para adaptarme al mercado y a las leyes
Fue entonces cuando decidí transformar mi modelo de negocio. Estudié a otros profesionales del sector que lo hicieron genial, como Construcciones Alfa Interiorismo, y hablé con ellos para orientarme un poco y saber cómo redirigir mi carrera.
Dejé de vender solo reformas “bonitas” para empezar a hablar de reformas inteligentes. Ahora, cuando me contratan para cambiar una cocina, no me limito a alicatar y cambiar muebles. Miro el aislamiento, los puentes térmicos, la orientación, los sistemas de climatización. Propongo cambios que, además de verse bien, se notan en el bolsillo mes a mes.
Y para eso tuve que formarme, claro. Hice cursos, hablé con ingenieros, aprendí a usar programas de certificación como CE3X, y sobre todo, empecé a escuchar. Escuchar a mis clientes cuando decían “pago una burrada de gas en invierno” o “esta casa no se calienta nunca”.
¿Qué dice exactamente el Real Decreto 235/2013?
Te lo resumo en lenguaje humano, como me lo explicaron a mí:
- Si tienes un piso, casa o local y lo vas a vender o alquilar, necesitas un certificado de eficiencia energética.
- Ese certificado tiene que hacerlo un técnico cualificado.
- El resultado es una letra, de la A a la G, que indica si el inmueble es un tragón de energía o un ejemplo a seguir.
- Si no lo tienes, puedes recibir una sanción económica.
- Algunas excepciones existen (monumentos protegidos, edificios agrícolas, construcciones temporales…), pero en la mayoría de los casos hay que tenerlo sí o sí.
¿Y esto cómo afecta a una empresa de reformas?
Mucho más de lo que parece. Si reformamos pensando solo en la estética, estamos dejando pasar una oportunidad enorme. Pero si reformamos teniendo en cuenta el consumo energético, los materiales, los sistemas de climatización y el aislamiento, podemos hacer que una vivienda pase de una letra E a una C. O incluso a una B si se hace bien.
Y eso es valor real. Se nota en el precio de venta o alquiler, en el ahorro mensual y en el confort diario. Además, permite acceder a subvenciones públicas como las del Plan de Rehabilitación Energética, que ayudan a financiar parte de la obra.
Consejos reales para reformas con cabeza
No me gusta dar consejos si no los he probado yo antes, así que te dejo algunos que aplico siempre:
- Empieza por el aislamiento: Una fachada bien aislada es oro puro. No hace falta meterse en obras faraónicas: un sistema SATE (aislamiento por el exterior) puede ser suficiente y no resta espacio interior.
- Revisa ventanas y balconeras: Cambiar las viejas por unas de doble o triple acristalamiento con rotura de puente térmico marca una diferencia brutal. No solo ahorras, también vives mejor.
- Sustituye sistemas antiguos: Si la vivienda tiene una caldera vieja o radiadores eléctricos ineficientes, cámbialos por aerotermia o sistemas híbridos. Son caros al principio, sí, pero a medio plazo se amortizan.
- Iluminación LED y sensores: Esto es básico y barato. La diferencia entre tener bombillas halógenas o LED se nota en la factura. Y si añades sensores de presencia en pasillos o escaleras, más ahorro aún.
- No te olvides de la ventilación: Una buena ventilación cruzada, o incluso sistemas mecánicos con recuperación de calor, pueden mejorar la calidad del aire y reducir la necesidad de climatización.
- Domótica sencilla: No hace falta que la casa sea una nave espacial. Con termostatos inteligentes, persianas automatizadas y control remoto de luces y climatización ya estás ahorrando sin complicarte.
El cliente también tiene que entenderlo
Una de las cosas que más me costó fue traducir todos estos conceptos a lenguaje coloquial. Decirle a alguien que tiene un “coeficiente de transmitancia térmica alto” no sirve de nada. Así que ahora uso ejemplos. Les digo:
“¿Sabes cuando en invierno pones la calefacción y al rato ya tienes frío otra vez? Eso es porque tu casa pierde calor como un colador. Lo que propongo es tapar esos agujeros invisibles, para que la energía se quede dentro”.
Eso lo entiende todo el mundo.
¿Y qué gana el cliente?
Mucho:
- Una casa más cómoda en invierno y verano.
- Ahorro de entre un 30% y un 60% en facturas.
- Posibilidad de acogerse a ayudas económicas para la reforma.
- Un valor de mercado más alto si decide vender o alquilar.
- Tranquilidad de que todo está en regla.
Reinventarse o desaparecer
Esta ley, que al principio me pareció un engorro más, ha terminado siendo una palanca para mejorar como profesional. Me obligó a salir de mi zona de confort, a escuchar más, a aprender cosas nuevas. Hoy, muchas de las reformas que hago tienen un componente energético que antes no existía.
Y eso me ha traído más clientes, mejores proyectos y una enorme satisfacción personal.
No se trata solo de cumplir con una normativa. Se trata de hacer las cosas bien. De pensar a largo plazo. De construir viviendas más dignas, eficientes y sostenibles. Porque reformar, hoy en día, es también cuidar del planeta.
Si estás pensando en reformar tu vivienda, no lo hagas solo por estética
Plantéate cómo puedes mejorar su eficiencia energética. Y si eres profesional del sector, no le des la espalda al Real Decreto 235/2013. Estúdialo, entiéndelo, y conviértelo en una herramienta. En este oficio, el que no se adapta, se queda atrás. Pero el que se transforma, crece.
…Y créeme: crecer profesionalmente a los 40, cuando ya te sabes todos los trucos, es una gozada.
Hoy, cuando un cliente me pide una reforma, yo no pienso solo en pintura, suelo y muebles nuevos. Pienso en cómo esa reforma puede ayudarle a vivir mejor, gastar menos y cuidar su vivienda durante muchos años. Porque, seamos sinceros: nadie quiere estar haciendo obras cada cinco años. Lo ideal es hacerlo una vez, pero bien. Y para eso hay que pensar más allá de lo que se ve.
Por eso en mi empresa trabajamos con técnicos que hacen los certificados energéticos, pero también con personas que saben escuchar. Reformar una casa no es solo un proyecto técnico: es entender cómo vive quien la habita. Y ahí es donde más ha cambiado mi forma de trabajar.
Así que si estás valorando una reforma, piensa también en lo invisible. A veces, lo que no se ve —como una fachada bien aislada o una caldera eficiente— es justo lo que más se agradece.